domingo, 10 de marzo de 2013

Zorongo gitano- Federico García Lorca

Las manos de mi cariño
te están bordando una capa
con agremán de alhelíes
y con esclavina de agua

Cuando fuiste novio mío
por la primavera blanca,
los cascos de tu caballo
cuatro sollozos de plata

La luna es una pozo chico
las flores no calen nada;
lo que valen son tus brazos
cuando de noche me abrazas

Tengo los ojos azules, 
y mi corazoncito igual
que la cresta de la lumbre.

De noche me salgo al campo
y me harto de llorar
de ver que te quiero tanto
y tú no me quieres ná.

La luna es un pozo chico
las flores no valen nada;
lo que valen son tus brazos
cuando de noche me abrazas.

Veinticuatro horas del día,
veinticuatro horas que tiene;
si tuviera veintisiete,
tres horas más te querría.

Este gitano está loco,
loco que le van a atar;
que lo que suela de noche
quiere que sea verdad.

La luna es un pozo chico
las flores no valen nada;
lo que valen son tus brazos
cuando de noche me abrazas.


Cuando he escuchado esta copla escrita por Federico García Lorca he llorado como nunca antes me había emocionado una canción. He buscado la letra y la he tenido que compartir aquí. Siempre me han gustado todas las letras de Lorca, pero esta me ha emocionado porque además es cantada.

Es una pena muy grande el final de su vida porque si hubiera seguido vivo y no lo hubieran matado unos homófobos de mierda hubiera revolucionado las letras de la historia de España. Siempre he pensado que Lorca nació en la época equivocada, pero bueno la vida no es siempre justa.

Esto va para él, el mejor escritor que ha tenido España y Andalucía.


sábado, 9 de marzo de 2013

CAPÍTULO 1. RAYA AZUL

             Algo calló al lavabo, algo transparente, pero no estaba mirando al lavabo, solo miraba aquella raya azul que había aparecido de pronto; aquella raya que lo iba a cambiar todo.
            <<¡No podía ser!>> Gritaba mi cabeza, mi mente estaba en blanco pero a la vez no dejaba de darle forma a aquella información. Mi labio inferior está temblando y las lágrimas caen de mi cara al lavabo como si hubiese abierto un grifo, un grifo que no podía cerrar. Aquella raya podría cambiar mi vida… o no. ¡No puede ser! Me dije por centésima vez desde que vi aparecer aquella raya de color azul.
            Con todas mis fuerza había deseado que fuese una cruz, una maldita equis que me hiciera respirar con tranquilidad, salir del cuarto de baños feliz y tranquila y mi vida sería igual que hasta ahora, pero no. Mi vida era un asco. De pronto veo todo… no puedo seguir adelante, no sería capaz, no me veía capaz. Todo aquello cambiaba las tornas de mi vida. Todo cambiaba. ¡Todo!
            Miro hacia el espejo pero no veo nada, las lágrimas hacen que mi imagen se distorsione y solo me veo como un borrón, como si estuviera en un sueño. De pronto el llanto viene para quedarse. ¡Ojalá que todo esto sea un puto sueño! Ojalá sea una pesadilla de la cual despertaría de un momento a otro…
            No lo puedo evitar y emito un gemido, pero intento apagarlo con las manos para los que estén cerca no lo oían. No sé qué hacer, no sé cómo salir de todo aquello. Sólo tengo diecisiete años y no sé cómo tengo que proceder, mi vida gira a una velocidad de vértigo, un cambio radical, la cual no deseo cambiar. Soy feliz ahora, tal y como ahora está las cosas en estos momentos, no quiero que nada cambiase. Mi vida es perfecta tal y como es ahora. ¡No necesito ningún cambio!
            Desesperada, cogo el rollo de papel higiénico y me seco las lágrimas que aún corren por mi cara y me sueno la nariz lo más silenciosamente que puedo. No pueden oírme, no sabría cómo explicar por qué lloraba. De pronto me di cuenta de hacia dónde se habían dirigido mis pensamientos. ¿Qué les voy a decir a mis padres? ¿Y a mis hermanos? ¿Qué le diría a Laura? Y lo peor de todo… ¡¿Qué le diría a Raúl?! Mi vida estaba totalmente hundida en las profundidades del océano, como el Titanic.
            Asustada y todavía mirando el test me dejo resbalar por la pared del cuarto de baño hasta sentarme en el suelo y llorar desconsoladamente. Un embarazo… todo está girando a mi alrededor de forma tan rápida que me mareo, tengo miedo, estoy asustada y no sé cómo proceder a partir de ahora. No me veo con fuerzas para salir del cuarto de baños, mis rodillas están temblando, todo mi cuerpo tiembla.
            ¿Cuánto tiempo estuve allí llorando en el suelo del cuarto de baño, mirando el lavabo en silencio? A mí no me había parecido mucho tiempo, solo segundos. Segundos donde mi vida se había detenido cuando apareció la maldita raya azul. De pronto alguien llama a la puerta.
            -¡Carolina!- pego un salto asustada. Es mi hermana Ana- llevas ahí metida una eternidad, ¿cuándo vas a salir? Me estoy meando y no aguanto más.
            Me pongo en pie, me limpio las lágrimas, pero no puedo evitar que se me note que he estado llorando. Voy a salir del baño cuando me doy cuenta que la prueba de embarazo está aún sobre el lavabo, así que me doy la vuelta, la cojo y me la meto entre los pantalones y la camiseta para que nadie la vea.
            Salgo del cuarto de baños a la velocidad de la luz. A la pobre Ana casi la estampo contra la pared, pero no me dice nada, me meto en mi habitación y doy un portazo que se escucha en toda la casa. Una vez dentro de la habitación me tumbo en la cama y de nuevo empiezo a llorar hasta que en mis ojos no hay las lágrimas que derramar.
            Oigo cómo empieza a llegar mi familia. Mis padres se meten en la cocina para hacer la comida, Ana va al salón para seguir viendo la tele y pocos minutos después llega Guille, habla con mis padres y se mete en su habitación y empieza a tocar la guitarra eléctrica. Oigo como mi padre, desde debajo de las escaleras, llama a voces a Guille para que deje la guitarra un poco en paz, pero él seguramente no lo ha oído porque tiene los cascos sobre las orejas. La vida en mi casa es como cualquier día, nada ha cambiado, todo sigue igual. La única que nota la diferencia soy yo que estoy en mi cama hecha un ovillo llorando desconsoladamente en silencio.
            Sobre las nueve de la noche, mi madre intenta entrar en mi habitación, pero está cerrada, así que tiene que llamarme a través de la puerta. Eso es lo que más odio, pero me tengo que tranquilizar.
            -Carolina- llama- ¿Qué vas a comer?
No contestó de inmediato. No tengo hambre, ¿cómo iba a comer algo si mi estómago está revuelto? Solo quiero estar sola.
-No tengo ganas de comer, mamá- intento que no sepa que he estado llorando. Las madres se dan cuenta de todo.
-¿Pero no vas a comer nada?
-No, mamá, no voy a comer nada.
-¿Ni fruta?
-No, mamá, no tengo hambre.
No insiste más y va hacia la habitación de Guille y después de decirle que se callara un poco, le pregunta qué es lo que iba a cenar. Guille deja la guitarra y va a comer con los demás.
¿Cómo podían comer ellos? Estoy pasando por el peor momento de mi vida… bueno ellos no lo saben, pero eso me molesta. Algún día tendría que salir de mi habitación y enfrentarme al mundo, pero ¿cómo lo haría? ¡Oh, Dios mío, no lo había pensado aún! Mi mente empieza a trabajar lo más rápido posible para pensar en una solución. ¿Qué voy a hacer?
De pronto me viene a la cabeza Raúl. Este era un paso bastante difícil. Hace al menos dos semanas que Raúl y yo lo habíamos dejado y ahora… lo tengo que llamar para decirle que estaba embarazada. ¿Qué hago? Tengo que hablar primero con él. Los dos tenemos que pensar en esto junto, ambos somos responsable de lo que me estaba pasando en estos momentos. Raúl ha colaborado entusiasmadamente en aquello… ¡Dios, no sé cómo tengo ganas de ironizar! Pero eso no era lo peor, lo peor sería en: ¿cómo se lo tomaría?
Con un suspiro, me pongo en pie y voy hacia el móvil. Ahora tengo que marcar el número de él, el que me había prometido que nunca en mi vida iba a marcar… aquello era mucho peor que hace unas horas cuando sólo había pensado sólo en mi misma y en mi vida.
-Sé valiente- me dije a mí misma antes de darle al botón verde y empezar a llamar a Raúl.

He quedado con Raúl para decirle que estaba embarazada. La noche anterior cuando lo llamé no quise decírselo por teléfono y tampoco quería discutir con él, así que solamente le dije que tenía que hablar con él y que lo esperaba en el parque de al lado de mi casa para hablar.
Sabía que aquello no le iba a gustar, pero me escucharía aunque se negaba a hablar conmigo. Hace dos semanas que rompimos. Habíamos tenido una discusión y decidido que lo mejor es que cada uno fuese por un lado diferente al del otro. Yo había querido dejarlo hacía mucho tiempo, porque a pesar que con él me sentía a gusto, lo había dejado de querer hacía tiempo. Habíamos sido novios durante un año y medio, pero sólo era un tío pasajero más en mi vida. Hacía meses que me preguntaba si todavía lo quería y muchas veces me engañaba diciéndose que aún sentía lo mismo por él, pero esas dos semanas que habíamos pasado separado habían sido todo un alivio. No lo había echado de menos.
Cuando llegó Raúl, esperé a que él se acercase a mí. Nos saludamos.
-¿Para qué me has llamado?- pregunta Raúl poniéndose a la defensiva- creía que lo nuestro no tenía solución. Así quedamos la última vez que nos vimos ¿no?
Suspiro para coger fuerzas y decirle lo que en verdad tengo que decirle.
-Créeme si te digo que no quería llamarte, pero necesito decirte algo que nos implica tanto a ti como a mí.
Raúl me mira un poco perdido. No sabe a qué viene todo aquel discurso diplomático que he empezado a saltar, así que se pone a la defensiva.
-Oye- me dice- si te ha contado Laura que el otro día me vio con una…
Le paró los pies, no quiero saber nada más en cuanto a eso.
-Laura no me ha dicho nada. Ni siquiera he hablado con ella. Además te puedes ir con quien te salga de ahí abajo. Me importa una mierda- le aclaro, por si acaso.
-¿Entonces a qué viene todo esto?
-¡Viene a que estoy embarazada!- le digo cabreada, el imbécil está en la punta de mi lengua- ¡eso es lo que intento decirte todo el rato y tú no me dejas a hablar!
Raúl se queda allí clavado sin saber qué hacer o qué decir. Su cara pasa de incredulidad a espanto. Me mira asustado.
-¿Qué? ¡No puede ser!
-¡Puede ser!- digo con lágrimas en los ojos- no te voy a echar a ti la culpa o me la voy a echar a mí. Sólo sé que aquella noche llegamos demasiado lejos…- no pude seguir.
-¡Pero si solo fue esa vez!
-¡Pues una vez bastó!- le digo con lágrimas- sabíamos que no teníamos condones y nosotros seguimos adelante y ahora esta es la consecuencia, ¡así que no me digas que no puede ser porque es así!
Raúl no sabe qué decir. Nos quedamos allí callados sentados uno al lado del otro en el banco del parque. Yo lloro, en cambio Raúl todavía está asimilando todo lo que le estaba contando. No sé cuánto tiempo estuvimos allí sin dirigirnos la palabra, cada uno pensando en dios sabe qué. Cuando Raúl por fin volvió en sí, me mira asustado.
-¡Por Dios, Caro! yo no estoy preparado para ser padre y además…- se queda callado y mira hacia otro lado- ¿cómo se lo digo a mis padres?- vuelve a mirarme- ¡Mi padre me capa! No, mejor dicho, ¡Mi padre me va a matar!
-¿Crees que yo estoy mejor que tú? Yo soy la única aquí que tiene más miedo de todo esto. Mis padres ya tienen suficiente con mis hermanos y conmigo como para ahora yo llegue con un hijo.
-¿Qué crees que deberíamos hacer?- me pregunta.
-No lo sé, Raúl. Por si no te has dado cuenta es la primera vez que me quedo embarazada.

Estamos en el centro de salud. Acabamos de salir de la ginecóloga y me había hecho las pruebas en el hospital para confirmar mi “estado”. Los resultados, como ya lo suponía, eran positivos. La ginecóloga al vernos tan jóvenes nos preguntó, con bastante tacto, qué queríamos hacer, si seguir adelante con el embarazo o interrumpirlo.
Yo miro a la ginecóloga cuando nos da esa última posibilidad, pero no dije nada. Las dos opciones eran bastante sencillas: seguir adelante, por lo tanto tendría un bebé o interrumpirlo y seguir con mis planes para el futuro (salir con mis amigas, ir a la universidad…)
Si seguía adelante con el embarazo mi vida cambiaría mucho. No podría seguir con sus estudios, no podría hacer una vida normal como las chicas de mi edad porque tendría que cuidar a un bebé y además tenía el inconveniente del nivel económico. Mis padres no podrían mantener a otra persona más en casa, así que tendría que empezar a trabajar para los gastos del bebé. ¡Cuántas veces he oído que en los tiempos que corren tener un hijo eran nada más que gastos! Y lo peor de todo es que no podría ir a la universidad porque para esa fecha estaría a punto de dar a luz.
Si interrumpía el embarazo, nada cambiaría. Todo sería como antes. Podría ir a la universidad y hacer una vida propia como cualquier amiga.
Finalmente, la ginecóloga nos aconsejó que habláramos con nuestros padres para que ellos nos ayudaran con la decisión. Si queríamos seguir adelante con el aborto nos dio un papel con nuestros datos para que los entregáramos en recepción y allí nos darían un día para la consulta con una trabajadora social del centro de salud para que habláramos sobre este tema y nos orientara con todo esto.

Ya lo tenía decidido. Acababa de salir del despacho de la trabajadora social y ahora sabía lo que tenía que hacer. No podía seguir adelante con el embarazo, no quiero llevar la vida que me espera. No estoy preparada para cuidar a un niño, sólo tengo diecisiete años.
Cojo el metro para ir a casa. Desde el hospital hasta la parada del metro he ido andando porque necesitaba un paseo que me despejara la mente y poder pensar. Durante todo el camino estoy pensando en todo lo que la trabajadora social me ha dicho. Ella no me ha dicho ni una cosa ni la otra, sino que me ha dado dos perspectivas diferentes según la decisión que tomara. Todo lo que me ha dicho en aquel despacho, yo ya lo sabía: las ventajas y las desventajas de cada una de las decisiones. Todas ellas las sabía, pero hubo una de la que nunca había pensado, sólo una palabra que había pronunciado esa mujer me había hecho detenerme y pensar dos veces lo que estaba a punto de hacer.
-Carolina, cuando tengas a tu hijo…
Este tu había calado muy a fondo en mi cabeza. Me di cuenta que la trabajadora social había pensado antes que yo que si tenía al bebé sería mi bebé y de nadie más. Sería mi hijo o hija, mío, mía y yo sería su madre, suya, sería responsable de su bienestar y lo tendría que proteger, porque sería mi hija o hijo. Ya no pensaría en mí solamente. En el momento que naciera tendría que pensar primero el bienestar de mi bebé, en lo que fuera mejor para él o para ella…
Cuando llego al metro me siento en unos asientos libres y a mi lado se sienta una mujer con un cochecito de bebé. En el cochecito va una niña con los pelos rizados rubios platino, unos ojos azules como el cielo de primavera, una carita redonda llena de migajas de una galleta que está comiendo con una sonrisa en su boca. La galleta la tiene en su mano derecha a medio comer con todas sus babas esponjando la galleta que incluso se le cayó en su vestidito rojo y blanco.
La miro y la niña me sonríe con una sonrisa que hace que se le iluminara la cara, los ojos y enseña unos dientes pequeñitos. Le devuelvo la sonrisa y la pequeña me extiende la mano para ofrecerme la galleta esponjada con sus babas. La madre de la niña mira a su hija y le sonríe.
-No, cariño, esa es para ti- le dice a su hija- cómetela tú que la tienes babeada- la madre me mira- ¿Quieres una?
-No, gracias- le contesto. Me quedo mirando a la niña- ¿Cuántos años tienes, pequeñita?
La chiquilla me mira con los ojos muy saltones y la madre se ríe.
-Tiene catorce meses.
-Es muy guapa- le digo con una sonrisa.
-Pues todo lo que tiene de guapa lo tiene de mala- me dice la madre con una sonrisa dirigida solamente a su hijita- tira todo lo que encuentra por su camino. El otro día me rompió un jarrón que me trajo mi marido de China.
-¿Cómo se llama?
-Allegra- me contesta- no es un nombre muy español, pero me leí un libro que la protagonista se llamaba Allegra y pensé que si tenía una hija se llamaría como la protagonista.
-Es un nombre muy bonito. Supongo que significará alegría- miro a la niña- supongo que su nombre la define.
-Sí, así es. Siempre he pensado que es importante el nombre que se le ponga a un hijo porque un nombre puede definir su carácter.
La mujer me mira y me sonríe, después de pone en pie y se despide de mí. Allegra hace lo mismo con su manita. Me quedo allí más triste de lo que lo estaba antes. Nadie se sienta a mi lado, pero sí entran más madres y padres con sus hijos y a todos me quedo mirándolos. ¡Me estoy volviendo loca! Parece que todos los niños pequeños de Sevilla se habían montado en el metro para torturarme más de lo que estoy. Ya no me puedo echar atrás. He tomado una decisión. No puedo continuar con el embarazo y sí continuar con mi vida como antes.
Cuando llego a mi parada me bajo más rápido que nunca. Quiero abandonar cuanto antes le metro, el cual se ha convertido en mi purgatorio. Llego a casa con la respiración agitada. He corrido como nunca antes lo había hecho dejando atrás mis demonios hasta llegar a casa y ponerme a salvo dentro de ella. Allí sé que no me voy a encontrar con más niños. Mis hermanos ya son demasiado mayores, gracias a dios.
No hay nadie, así que corro a mi habitación y me encierro en ella cerrando el pestillo. Mi hermano Guille seguramente está en clase de música y mi hermana en algún curso que se habría apuntado. Mis padres aún estarían trabajando, así que estaba de nuevo sola y podría llorar tranquilamente.
No sé cuánto tiempo llegaba tumbada en la cama, pero cuando me di cuenta, todos habían llegado a casa. Mis padres estaban abajo, mientras que mis hermanos estaban cada uno en su habitación.
En algún momento se lo tendría que contar a mis padres, pero esta noche no tengo fuerzas ni para levantarme de la cama y cuando mi madre viene a ver si quería cenar, le contesto que no. Estoy cansada, así que cuando están todos comiendo, salgo de la habitación para darme una ducha.
La ducha me quita el dolor de cabeza que no sabía que tenía y me relaja los músculos de mi cuerpo. Cuando salgo de la ducha desnuda, me miro al espejo y no sé cómo, pero me vi más gorda. Asustada, me visto lo más rápido que puedo, me peino y salgo del cuarto de baños sin mirarme más.
Finalmente me dejo caer en la cama y empiezo a llorar desconsoladamente con la cara apretada en mi almohada para que los demás no me oigan.

Ese sábado me despierto desanimada. No había dormido muy bien. Toda la noche había estado soñando con bebés y carricoches y niños y niñas rubios con ojos azules que me ofrecían galletas babeantes y mil cosas más.
Lo peor no eran los sueños. De los sueños te despiertas y a los cinco minutos ya no recuerdas lo que has estado soñando, pero no ocurre lo mismo con la realidad. ¡Cuánto daría porque todo fuese una pesadilla! Pero no. Este día me espera un día bastante pésimo. Esta tarde se lo tengo que contar a mis padres, ya no puedo posponerlo por más tiempo, así que después de comer, cuando mi madre ya ha terminado de quitar la mesa con la ayuda de mis hermanos y la mía, y cuando se sienta junto a mi padre para ver una película en la tele, me armo de valor.
Mis hermanos no están. Esta tarde Guille ha salido con dos amigos más a tocar a casa de uno de ellos y Ana está en casa de otra amiga, seguramente que viendo una película o planeando qué película podían ver esa noche en el cine.
Finalmente me pongo de pie y apago la tele. Mis padres me miran con cara de perplejidad. No comprenden a qué viene aquello, pero no les dejo hablar, sino que tomo la palabra antes de que me eche para atrás.
-Tengo que deciros algo importante.
Me miran como si fuese un extraterrestre o algo fuera de lo común. Los dos levantan las cejas algo sorprendidos y esperan a que yo les diga lo “importante”. Me quedo en silencio mirando a mis progenitores, ahora no sé cómo decirles todo lo que me estaba pasando. La primera frase es bastante sencilla, pero la siguiente es más difícil de comunicar.
-Si nos vas a decir que Guille esconde en una carpeta del ordenador fotos porno, ya lo sabemos- dice mi padre.
-Ojalá fuese eso- digo algo desanimada.
-¿Qué te pasa, cariño?- me pregunta mi madre algo asustada- llevas una semana muy rara.
-Es que no sé como decíroslo- le digo con las lágrimas en los ojos.
-Carolina, ¿qué te ocurre?
Finalmente rompo a llorar y mis padres se quedan allí sentados de piedra mirándome. Creo que ya temen las noticias, pero no dicen nada, esperan a que yo finalmente me desahogue un poco. Cuando por fin puedo hablar los miro y sin más rodeo se lo suelto.
-Estoy embarazada.
Me miran los dos un poco bizqueando por la sorpresa. No dicen nada, sino que se quedan sentados como si fuese otra persona la que se encontraba allí y no fuese su hija… su hija embarazada. Finalmente la primera en reaccionar es mi madre, se levanta y viene a abrazarme. Yo me derrumbo otra vez.
-Tranquila cariño…
-Mamá, lo siento, de veras que lo siento.
Sigo llorando en el hombro de mi madre, pero ella me consuela acariciándome la espalda para que me tranquiliza.
-No te preocupes cariño…
Yo me separo de ella y la miro con las lágrimas en los ojos.
-No voy a continuar con esto mamá- le digo- ya he hablado con la ginecóloga y con una trabajadora social y he decidido abortar. No estoy preparada para seguir adelante.
Mi madre me vuelve a abrazar con los ojos muy abiertos.
-Respetaremos todas las decisiones que tomes cariño. Si tú has decidido interrumpir el embarazo, nosotros no te vamos a convencer de lo contrario. Es tu vida la que está en juego y ya eres lo suficientemente mayor para tomar las decisiones que mejor te convenga- se separarse de mí y me  mira- solo quiero que estés segura de lo que vas a hacer; que no te vas a equivocar con lo que vayas a hacer, tanto si sigues adelante con el embarazo como si abortas ¿de acuerdo?
Yo asiento con la cabeza.
-Gracias.
Mi padre al fin se pone en pie y también me abraza y me besa en la coronilla, pero no dijo nada. Tampoco hizo falta, a mí con eso me basta para saber que mis padres están conmigo en cualquier decisión. Lo demás me da igual.

Ya ha llegado el día. Al día siguiente iría finalmente al hospital e interrumpiría el embarazo. Esos días había sido algo ajetreado. Tuvimos que ir a hablar con los padres de Raúl para informarle de la situación en la estábamos metidos ambos. Ellos también aceptaron nuestra decisión.
Decidimos mantener a mis hermanos al margen de todo aquello, así que no les dijimos nada a ninguno de los dos. En verdad prefería no decirles nada a nadie. No se lo dije ni a Laura, mi mejor amiga. Ya se enteraría después, cuando ya tuviera fuerza para que todo el mundo se enterase. No tenía ganas que todo el mundo me mirara como a la chica embarazada.
Me encuentro en mi habitación. Tengo miedo de lo que tenga que pasar al día siguiente, aunque sabía que mis padres iban a estar a mi lado en todo momento, no podía parar de pensar que algo iba a salir mal…
Durante toda esa semana, había estado en tensión. Después de todo iba a abortar y si lo pensaba mejor le iba a quitar la vida a la personita que estaba creciendo día a día dentro de mí… nunca conocería a mi bebé y aunque en un futuro tuviera otro bebé, sabría en mi interior que ese no sería el primero porque al anterior no le había dado la oportunidad de conocerlo…
¡Oh, Dios mío! ¡Me estoy volviendo loca! ¡No puedo echarme para atrás! No ahora cuando ya había decidido mi fututo y dentro de ese futuro no había ningún bebé. Pero y si… niego con la cabeza y me doy la vuelta en la cama para quedar mirando a la mesilla de noche. Me acurruco en postura fetal.
Lo escucho. Sí parece que alguien me habla, me canta y cuando escucho lo que me está diciendo una lágrima baja por mi mejilla.
All I need is you
Come please I'm callin'
And oh I scream for you
Hurry I'm fallin', I'm
fallin'

Show me what it's like
To be the last one standing
And teach me wrong from right
And I'll show you what I can be
Say it for me
Say it to me
And I'll leave this life behind me
Say it if it's worth saving me

Es una canción. Una canción que ha empezado a sonar al lado de mi habitación. Es Guille quien la está cantando. Conozco a la perfección su voz y su toque de guitarra. Él siempre ha querido ser una estrella del rock y ahora está cantando una canción de uno de sus grupos favoritos del rock canadiense.
Esa canción en concreto me llega al alma cuando la escucho. Nunca antes la había escuchado, por lo tanto Guille acababa de descubrirla y canta con los cascos en sus orejas. Aquella canción parece que viene de dentro de mí, que es mi bebé el que me la canta al final de la primera estrofa y el estribillo. Mi cabeza empieza a traducir la canción.

Todo lo que necesito eres tú.
Ven por favor, estoy llamando.
Y yo grito por ti.
Date prisa, estoy cayendo, estoy cayendo.

Muéstrame cómo es
ser el último de pie.
Y enséñame lo malo de lo bueno,
y te mostraré lo que puedo ser.
Y dilo para mí,
dímelo a mí,
y dejaré esta vida detrás de mí.
Di si vale la pena salvarme.

Parece que Guille sabe de mi situación y canta esa canción para torturarme más de lo que estaba. Las lágrimas caen por mi cara en silencio, pero a pesar de todo, no voy a su habitación, sino que me quedo allí encogiéndome, abrazándome y abrazando a lo que está empezando a crecer dentro de mí, pero que mañana ya no crecería más. La decisión está tomada. Ya no podía echarme atrás.

Nos llaman y entramos en la consulta del médico. Raúl me sigue detrás y nos sentamos. Raúl está algo inquieto e intranquilo, yo en cambio estoy a su lado blanca como la pared, con unas ojeras que decían que esa noche no había dormido nada.
El médico empieza a hablarnos de todo en lo que consiste el aborto, pero yo en cambio estoy ausente. La voz es algo que viene a kilómetros de distancia y no entiendo nada de lo que está diciendo. En mi cabeza sólo suena la estrofa de la canción de Savin’ me que Guille cantó.

“Di si vale la pena salvarme”

Esa frase no para de sonar en mi cabeza y no es la voz de Guille, no es mi voz, es una voz que desconozco, nunca la he oído antes. No puedo quitármela de la cabeza.
-Carolina- me llama el médico.
Yo lo miro dando un respingo.
-Tienes que firmar estos papeles- me dice Raúl que está junto a mí.
-Sí- digo yo.
El médico me alcanzó un bolígrafo de propaganda de medicina y yo lo cojo. No leo lo que dice el papel que voy a firmar, sólo me fijo en el espacio en blanco donde pone “firma”.
Me quedo allí en blanco, como aquel espacio que tengo que depositar mi firma. Mi mano está a medio camino del papel, pero cuando voy a estampar mi firma me quedo a medias. La mano me tiembla porque en mi cabeza sólo suena más intensamente la estrofa de la maldita canción.

“Say it if it's worth saving me”

-Caro- me llama Raúl, pero su voz estaba muy lejos, en china- firma ya. ¿A qué estás esperando?

All I need is you
Come please I'm callin'
And oh I scream for you
Hurry I'm fallin', I'm
fallin'

-Carol...- no sé quien me llama.

Todo lo que necesito eres tú.
Ven por favor, estoy llamando.
Y yo grito por ti.
Date prisa, estoy cayendo, estoy cayendo”

            -I´m falling… - canto en voz baja mientras que mis lágrimas caen en aquel espacio medio en blanco- hurry!, I´m falling, I´m falling…


Creación de Sara M. Quintana

viernes, 8 de marzo de 2013

8 de marzo. Día de la Mujer


‎8 DE MARZO, DÍA DE LA MUJER.

Es muy bonito tener un día para que no se olvide la sociedad que existimos. Pero lo que queremos no es un solo DÍA. EL DÍA DE LA MUJER SON TODOS LOS DÍAS DEL AÑO. Si hubiera MAS IGUALDAD no habría que celebrar el 8 de marzo, porque ¿dónde está el día del hombre? NO EXISTE porque ¿para qué tener un día del hombre si para ellos no hace falta recordar a la sociedad que existen? Nosotras en cambio hemos estado donde ellos nos han encerrado: en la oscuridad y sin derecho a una libertad, sin ser personas, tan solo un objeto al que manejar, adornar y, en los peores casos, romper. Tenemos que conseguir una igualdad real y no una "igualdad".

No es una lucha solo de las mujeres, sino también de los hombres. Así que luchemos por esto y no nos quedemos con los brazos cruzados. Aún vivimos en un mundo injusto, donde muchas mujeres son oprimidas en una sociedad patriarcal y machista. Abramos los ojos hacia la verdad que nos rodea. Juntos podremos conseguirlo porque lucharemos por un mundo mejor.