<<¡No
podía ser!>> Gritaba mi cabeza, mi mente estaba en blanco pero a la vez
no dejaba de darle forma a aquella información. Mi labio inferior está
temblando y las lágrimas caen de mi cara al lavabo como si hubiese abierto un
grifo, un grifo que no podía cerrar. Aquella raya podría cambiar mi vida… o no.
¡No puede ser! Me dije por centésima vez desde que vi aparecer aquella raya de
color azul.
Con
todas mis fuerza había deseado que fuese una cruz, una maldita equis que me
hiciera respirar con tranquilidad, salir del cuarto de baños feliz y tranquila
y mi vida sería igual que hasta ahora, pero no. Mi vida era un asco. De pronto
veo todo… no puedo seguir adelante, no sería capaz, no me veía capaz. Todo
aquello cambiaba las tornas de mi vida. Todo cambiaba. ¡Todo!
Miro
hacia el espejo pero no veo nada, las lágrimas hacen que mi imagen se
distorsione y solo me veo como un borrón, como si estuviera en un sueño. De
pronto el llanto viene para quedarse. ¡Ojalá que todo esto sea un puto sueño!
Ojalá sea una pesadilla de la cual despertaría de un momento a otro…
No
lo puedo evitar y emito un gemido, pero intento apagarlo con las manos para los
que estén cerca no lo oían. No sé qué hacer, no sé cómo salir de todo aquello.
Sólo tengo diecisiete años y no sé cómo tengo que proceder, mi vida gira a una
velocidad de vértigo, un cambio radical, la cual no deseo cambiar. Soy feliz ahora,
tal y como ahora está las cosas en estos momentos, no quiero que nada cambiase.
Mi vida es perfecta tal y como es ahora. ¡No necesito ningún cambio!
Desesperada,
cogo el rollo de papel higiénico y me seco las lágrimas que aún corren por mi
cara y me sueno la nariz lo más silenciosamente que puedo. No pueden oírme, no sabría
cómo explicar por qué lloraba. De pronto me di cuenta de hacia dónde se habían
dirigido mis pensamientos. ¿Qué les voy a decir a mis padres? ¿Y a mis
hermanos? ¿Qué le diría a Laura? Y lo peor de todo… ¡¿Qué le diría a Raúl?! Mi
vida estaba totalmente hundida en las profundidades del océano, como el
Titanic.
Asustada
y todavía mirando el test me dejo resbalar por la pared del cuarto de baño
hasta sentarme en el suelo y llorar desconsoladamente. Un embarazo… todo está
girando a mi alrededor de forma tan rápida que me mareo, tengo miedo, estoy
asustada y no sé cómo proceder a partir de ahora. No me veo con fuerzas para
salir del cuarto de baños, mis rodillas están temblando, todo mi cuerpo tiembla.
¿Cuánto
tiempo estuve allí llorando en el suelo del cuarto de baño, mirando el lavabo en
silencio? A mí no me había parecido mucho tiempo, solo segundos. Segundos donde
mi vida se había detenido cuando apareció la maldita raya azul. De pronto
alguien llama a la puerta.
-¡Carolina!-
pego un salto asustada. Es mi hermana Ana- llevas ahí metida una eternidad,
¿cuándo vas a salir? Me estoy meando y no aguanto más.
Me
pongo en pie, me limpio las lágrimas, pero no puedo evitar que se me note que he
estado llorando. Voy a salir del baño cuando me doy cuenta que la prueba de
embarazo está aún sobre el lavabo, así que me doy la vuelta, la cojo y me la
meto entre los pantalones y la camiseta para que nadie la vea.
Salgo
del cuarto de baños a la velocidad de la luz. A la pobre Ana casi la estampo
contra la pared, pero no me dice nada, me meto en mi habitación y doy un
portazo que se escucha en toda la casa. Una vez dentro de la habitación me
tumbo en la cama y de nuevo empiezo a llorar hasta que en mis ojos no hay las
lágrimas que derramar.
Oigo
cómo empieza a llegar mi familia. Mis padres se meten en la cocina para hacer
la comida, Ana va al salón para seguir viendo la tele y pocos minutos después
llega Guille, habla con mis padres y se mete en su habitación y empieza a tocar
la guitarra eléctrica. Oigo como mi padre, desde debajo de las escaleras, llama
a voces a Guille para que deje la guitarra un poco en paz, pero él seguramente
no lo ha oído porque tiene los cascos sobre las orejas. La vida en mi casa es
como cualquier día, nada ha cambiado, todo sigue igual. La única que nota la
diferencia soy yo que estoy en mi cama hecha un ovillo llorando
desconsoladamente en silencio.
Sobre
las nueve de la noche, mi madre intenta entrar en mi habitación, pero está
cerrada, así que tiene que llamarme a través de la puerta. Eso es lo que más
odio, pero me tengo que tranquilizar.
-Carolina-
llama- ¿Qué vas a comer?
No contestó de inmediato. No tengo
hambre, ¿cómo iba a comer algo si mi estómago está revuelto? Solo quiero estar
sola.
-No tengo ganas de comer, mamá-
intento que no sepa que he estado llorando. Las madres se dan cuenta de todo.
-¿Pero no vas a comer nada?
-No, mamá, no voy a comer nada.
-¿Ni fruta?
-No, mamá, no tengo hambre.
No insiste más y va hacia la
habitación de Guille y después de decirle que se callara un poco, le pregunta
qué es lo que iba a cenar. Guille deja la guitarra y va a comer con los demás.
¿Cómo podían comer ellos? Estoy
pasando por el peor momento de mi vida… bueno ellos no lo saben, pero eso me
molesta. Algún día tendría que salir de mi habitación y enfrentarme al mundo,
pero ¿cómo lo haría? ¡Oh, Dios mío, no lo había pensado aún! Mi mente empieza a
trabajar lo más rápido posible para pensar en una solución. ¿Qué voy a hacer?
De pronto me viene a la cabeza
Raúl. Este era un paso bastante difícil. Hace al menos dos semanas que Raúl y yo
lo habíamos dejado y ahora… lo tengo que llamar para decirle que estaba
embarazada. ¿Qué hago? Tengo que hablar primero con él. Los dos tenemos que
pensar en esto junto, ambos somos responsable de lo que me estaba pasando en
estos momentos. Raúl ha colaborado entusiasmadamente en aquello… ¡Dios, no sé
cómo tengo ganas de ironizar! Pero eso no era lo peor, lo peor sería en: ¿cómo
se lo tomaría?
Con un suspiro, me pongo en pie
y voy hacia el móvil. Ahora tengo que marcar el número de él, el que me había
prometido que nunca en mi vida iba a marcar… aquello era mucho peor que hace
unas horas cuando sólo había pensado sólo en mi misma y en mi vida.
-Sé valiente- me dije a mí
misma antes de darle al botón verde y empezar a llamar a Raúl.
He quedado con Raúl para
decirle que estaba embarazada. La noche anterior cuando lo llamé no quise
decírselo por teléfono y tampoco quería discutir con él, así que solamente le
dije que tenía que hablar con él y que lo esperaba en el parque de al lado de mi
casa para hablar.
Sabía que aquello no le iba a
gustar, pero me escucharía aunque se negaba a hablar conmigo. Hace dos semanas que
rompimos. Habíamos tenido una discusión y decidido que lo mejor es que cada uno
fuese por un lado diferente al del otro. Yo había querido dejarlo hacía mucho
tiempo, porque a pesar que con él me sentía a gusto, lo había dejado de querer
hacía tiempo. Habíamos sido novios durante un año y medio, pero sólo era un tío
pasajero más en mi vida. Hacía meses que me preguntaba si todavía lo quería y
muchas veces me engañaba diciéndose que aún sentía lo mismo por él, pero esas
dos semanas que habíamos pasado separado habían sido todo un alivio. No lo
había echado de menos.
Cuando llegó Raúl, esperé a que
él se acercase a mí. Nos saludamos.
-¿Para qué me has llamado?-
pregunta Raúl poniéndose a la defensiva- creía que lo nuestro no tenía
solución. Así quedamos la última vez que nos vimos ¿no?
Suspiro para coger fuerzas y
decirle lo que en verdad tengo que decirle.
-Créeme si te digo que no
quería llamarte, pero necesito decirte algo que nos implica tanto a ti como a mí.
Raúl me mira un poco perdido.
No sabe a qué viene todo aquel discurso diplomático que he empezado a saltar,
así que se pone a la defensiva.
-Oye- me dice- si te ha contado
Laura que el otro día me vio con una…
Le paró los pies, no quiero
saber nada más en cuanto a eso.
-Laura no me ha dicho nada. Ni
siquiera he hablado con ella. Además te puedes ir con quien te salga de ahí
abajo. Me importa una mierda- le aclaro, por si acaso.
-¿Entonces a qué viene todo
esto?
-¡Viene a que estoy
embarazada!- le digo cabreada, el imbécil está en la punta de mi lengua- ¡eso
es lo que intento decirte todo el rato y tú no me dejas a hablar!
Raúl se queda allí clavado sin
saber qué hacer o qué decir. Su cara pasa de incredulidad a espanto. Me mira
asustado.
-¿Qué? ¡No puede ser!
-¡Puede ser!- digo con lágrimas
en los ojos- no te voy a echar a ti la culpa o me la voy a echar a mí. Sólo sé
que aquella noche llegamos demasiado lejos…- no pude seguir.
-¡Pero si solo fue esa vez!
-¡Pues una vez bastó!- le digo
con lágrimas- sabíamos que no teníamos condones y nosotros seguimos adelante y
ahora esta es la consecuencia, ¡así que no me digas que no puede ser porque es
así!
Raúl no sabe qué decir. Nos
quedamos allí callados sentados uno al lado del otro en el banco del parque. Yo
lloro, en cambio Raúl todavía está asimilando todo lo que le estaba contando.
No sé cuánto tiempo estuvimos allí sin dirigirnos la palabra, cada uno pensando
en dios sabe qué. Cuando Raúl por fin volvió en sí, me mira asustado.
-¡Por Dios, Caro! yo no estoy
preparado para ser padre y además…- se queda callado y mira hacia otro lado-
¿cómo se lo digo a mis padres?- vuelve a mirarme- ¡Mi padre me capa! No, mejor
dicho, ¡Mi padre me va a matar!
-¿Crees que yo estoy mejor que
tú? Yo soy la única aquí que tiene más miedo de todo esto. Mis padres ya tienen
suficiente con mis hermanos y conmigo como para ahora yo llegue con un hijo.
-¿Qué crees que deberíamos
hacer?- me pregunta.
-No lo sé, Raúl. Por si no te
has dado cuenta es la primera vez que me quedo embarazada.
Estamos en el centro de salud.
Acabamos de salir de la ginecóloga y me había hecho las pruebas en el hospital
para confirmar mi “estado”. Los resultados, como ya lo suponía, eran positivos.
La ginecóloga al vernos tan jóvenes nos preguntó, con bastante tacto, qué queríamos
hacer, si seguir adelante con el embarazo o interrumpirlo.
Yo miro a la ginecóloga cuando nos
da esa última posibilidad, pero no dije nada. Las dos opciones eran bastante
sencillas: seguir adelante, por lo tanto tendría un bebé o interrumpirlo y
seguir con mis planes para el futuro (salir con mis amigas, ir a la
universidad…)
Si seguía adelante con el
embarazo mi vida cambiaría mucho. No podría seguir con sus estudios, no podría
hacer una vida normal como las chicas de mi edad porque tendría que cuidar a un
bebé y además tenía el inconveniente del nivel económico. Mis padres no podrían
mantener a otra persona más en casa, así que tendría que empezar a trabajar
para los gastos del bebé. ¡Cuántas veces he oído que en los tiempos que corren
tener un hijo eran nada más que gastos! Y lo peor de todo es que no podría ir a
la universidad porque para esa fecha estaría a punto de dar a luz.
Si interrumpía el embarazo,
nada cambiaría. Todo sería como antes. Podría ir a la universidad y hacer una
vida propia como cualquier amiga.
Finalmente, la ginecóloga nos
aconsejó que habláramos con nuestros padres para que ellos nos ayudaran con la
decisión. Si queríamos seguir adelante con el aborto nos dio un papel con
nuestros datos para que los entregáramos en recepción y allí nos darían un día
para la consulta con una trabajadora social del centro de salud para que habláramos
sobre este tema y nos orientara con todo esto.
Ya lo tenía decidido. Acababa
de salir del despacho de la trabajadora social y ahora sabía lo que tenía que
hacer. No podía seguir adelante con el embarazo, no quiero llevar la vida que me
espera. No estoy preparada para cuidar a un niño, sólo tengo diecisiete años.
Cojo el metro para ir a casa.
Desde el hospital hasta la parada del metro he ido andando porque necesitaba un
paseo que me despejara la mente y poder pensar. Durante todo el camino estoy
pensando en todo lo que la trabajadora social me ha dicho. Ella no me ha dicho
ni una cosa ni la otra, sino que me ha dado dos perspectivas diferentes según
la decisión que tomara. Todo lo que me ha dicho en aquel despacho, yo ya lo
sabía: las ventajas y las desventajas de cada una de las decisiones. Todas
ellas las sabía, pero hubo una de la que nunca había pensado, sólo una palabra
que había pronunciado esa mujer me había hecho detenerme y pensar dos veces lo
que estaba a punto de hacer.
-Carolina, cuando tengas a tu hijo…
Este tu había calado muy a fondo en mi cabeza. Me di cuenta que la
trabajadora social había pensado antes que yo que si tenía al bebé sería mi bebé y de nadie más. Sería mi hijo o hija, mío, mía y yo sería su madre, suya, sería responsable de su
bienestar y lo tendría que proteger, porque sería mi hija o hijo. Ya no pensaría en mí solamente. En el momento que
naciera tendría que pensar primero el bienestar de mi bebé, en lo que fuera mejor para él o para ella…
Cuando llego al metro me siento
en unos asientos libres y a mi lado se sienta una mujer con un cochecito de
bebé. En el cochecito va una niña con los pelos rizados rubios platino, unos
ojos azules como el cielo de primavera, una carita redonda llena de migajas de
una galleta que está comiendo con una sonrisa en su boca. La galleta la tiene
en su mano derecha a medio comer con todas sus babas esponjando la galleta que
incluso se le cayó en su vestidito rojo y blanco.
La miro y la niña me sonríe con
una sonrisa que hace que se le iluminara la cara, los ojos y enseña unos dientes
pequeñitos. Le devuelvo la sonrisa y la pequeña me extiende la mano para
ofrecerme la galleta esponjada con sus babas. La madre de la niña mira a su
hija y le sonríe.
-No, cariño, esa es para ti- le
dice a su hija- cómetela tú que la tienes babeada- la madre me mira- ¿Quieres
una?
-No, gracias- le contesto. Me
quedo mirando a la niña- ¿Cuántos años tienes, pequeñita?
La chiquilla me mira con los
ojos muy saltones y la madre se ríe.
-Tiene catorce meses.
-Es muy guapa- le digo con una
sonrisa.
-Pues todo lo que tiene de
guapa lo tiene de mala- me dice la madre con una sonrisa dirigida solamente a
su hijita- tira todo lo que encuentra por su camino. El otro día me rompió un
jarrón que me trajo mi marido de China.
-¿Cómo se llama?
-Allegra- me contesta- no es un
nombre muy español, pero me leí un libro que la protagonista se llamaba Allegra
y pensé que si tenía una hija se llamaría como la protagonista.
-Es un nombre muy bonito. Supongo
que significará alegría- miro a la niña- supongo que su nombre la define.
-Sí, así es. Siempre he pensado
que es importante el nombre que se le ponga a un hijo porque un nombre puede definir
su carácter.
La mujer me mira y me sonríe,
después de pone en pie y se despide de mí. Allegra hace lo mismo con su manita.
Me quedo allí más triste de lo que lo estaba antes. Nadie se sienta a mi lado,
pero sí entran más madres y padres con sus hijos y a todos me quedo mirándolos.
¡Me estoy volviendo loca! Parece que todos los niños pequeños de Sevilla se
habían montado en el metro para torturarme más de lo que estoy. Ya no me puedo
echar atrás. He tomado una decisión. No puedo continuar con el embarazo y sí
continuar con mi vida como antes.
Cuando llego a mi parada me
bajo más rápido que nunca. Quiero abandonar cuanto antes le metro, el cual se
ha convertido en mi purgatorio. Llego a casa con la respiración agitada. He
corrido como nunca antes lo había hecho dejando atrás mis demonios hasta llegar
a casa y ponerme a salvo dentro de ella. Allí sé que no me voy a encontrar con más
niños. Mis hermanos ya son demasiado mayores, gracias a dios.
No hay nadie, así que corro a
mi habitación y me encierro en ella cerrando el pestillo. Mi hermano Guille
seguramente está en clase de música y mi hermana en algún curso que se habría
apuntado. Mis padres aún estarían trabajando, así que estaba de nuevo sola y
podría llorar tranquilamente.
No sé cuánto tiempo llegaba
tumbada en la cama, pero cuando me di cuenta, todos habían llegado a casa. Mis padres
estaban abajo, mientras que mis hermanos estaban cada uno en su habitación.
En algún momento se lo tendría
que contar a mis padres, pero esta noche no tengo fuerzas ni para levantarme de
la cama y cuando mi madre viene a ver si quería cenar, le contesto que no.
Estoy cansada, así que cuando están todos comiendo, salgo de la habitación para
darme una ducha.
La ducha me quita el dolor de
cabeza que no sabía que tenía y me relaja los músculos de mi cuerpo. Cuando
salgo de la ducha desnuda, me miro al espejo y no sé cómo, pero me vi más
gorda. Asustada, me visto lo más rápido que puedo, me peino y salgo del cuarto
de baños sin mirarme más.
Finalmente me dejo caer en la cama
y empiezo a llorar desconsoladamente con la cara apretada en mi almohada para
que los demás no me oigan.
Ese sábado me despierto
desanimada. No había dormido muy bien. Toda la noche había estado soñando con
bebés y carricoches y niños y niñas rubios con ojos azules que me ofrecían
galletas babeantes y mil cosas más.
Lo peor no eran los sueños. De
los sueños te despiertas y a los cinco minutos ya no recuerdas lo que has
estado soñando, pero no ocurre lo mismo con la realidad. ¡Cuánto daría porque todo
fuese una pesadilla! Pero no. Este día me espera un día bastante pésimo. Esta
tarde se lo tengo que contar a mis padres, ya no puedo posponerlo por más
tiempo, así que después de comer, cuando mi madre ya ha terminado de quitar la
mesa con la ayuda de mis hermanos y la mía, y cuando se sienta junto a mi padre
para ver una película en la tele, me armo de valor.
Mis hermanos no están. Esta
tarde Guille ha salido con dos amigos más a tocar a casa de uno de ellos y Ana
está en casa de otra amiga, seguramente que viendo una película o planeando qué
película podían ver esa noche en el cine.
Finalmente me pongo de pie y
apago la tele. Mis padres me miran con cara de perplejidad. No comprenden a qué
viene aquello, pero no les dejo hablar, sino que tomo la palabra antes de que
me eche para atrás.
-Tengo que deciros algo
importante.
Me miran como si fuese un
extraterrestre o algo fuera de lo común. Los dos levantan las cejas algo
sorprendidos y esperan a que yo les diga lo “importante”. Me quedo en silencio
mirando a mis progenitores, ahora no sé cómo decirles todo lo que me estaba
pasando. La primera frase es bastante sencilla, pero la siguiente es más
difícil de comunicar.
-Si nos vas a decir que Guille
esconde en una carpeta del ordenador fotos porno, ya lo sabemos- dice mi padre.
-Ojalá fuese eso- digo algo
desanimada.
-¿Qué te pasa, cariño?- me
pregunta mi madre algo asustada- llevas una semana muy rara.
-Es que no sé como decíroslo-
le digo con las lágrimas en los ojos.
-Carolina, ¿qué te ocurre?
Finalmente rompo a llorar y mis
padres se quedan allí sentados de piedra mirándome. Creo que ya temen las
noticias, pero no dicen nada, esperan a que yo finalmente me desahogue un poco.
Cuando por fin puedo hablar los miro y sin más rodeo se lo suelto.
-Estoy embarazada.
Me miran los dos un poco
bizqueando por la sorpresa. No dicen nada, sino que se quedan sentados como si
fuese otra persona la que se encontraba allí y no fuese su hija… su hija
embarazada. Finalmente la primera en reaccionar es mi madre, se levanta y viene
a abrazarme. Yo me derrumbo otra vez.
-Tranquila cariño…
-Mamá, lo siento, de veras que
lo siento.
Sigo llorando en el hombro de
mi madre, pero ella me consuela acariciándome la espalda para que me tranquiliza.
-No te preocupes cariño…
Yo me separo de ella y la miro
con las lágrimas en los ojos.
-No voy a continuar con esto
mamá- le digo- ya he hablado con la ginecóloga y con una trabajadora social y
he decidido abortar. No estoy preparada para seguir adelante.
Mi madre me vuelve a abrazar
con los ojos muy abiertos.
-Respetaremos todas las
decisiones que tomes cariño. Si tú has decidido interrumpir el embarazo,
nosotros no te vamos a convencer de lo contrario. Es tu vida la que está en
juego y ya eres lo suficientemente mayor para tomar las decisiones que mejor te
convenga- se separarse de mí y me mira-
solo quiero que estés segura de lo que vas a hacer; que no te vas a equivocar
con lo que vayas a hacer, tanto si sigues adelante con el embarazo como si
abortas ¿de acuerdo?
Yo asiento con la cabeza.
-Gracias.
Mi padre al fin se pone en pie
y también me abraza y me besa en la coronilla, pero no dijo nada. Tampoco hizo
falta, a mí con eso me basta para saber que mis padres están conmigo en
cualquier decisión. Lo demás me da igual.
Ya ha llegado el día. Al día
siguiente iría finalmente al hospital e interrumpiría el embarazo. Esos días
había sido algo ajetreado. Tuvimos que ir a hablar con los padres de Raúl para
informarle de la situación en la estábamos metidos ambos. Ellos también
aceptaron nuestra decisión.
Decidimos mantener a mis
hermanos al margen de todo aquello, así que no les dijimos nada a ninguno de
los dos. En verdad prefería no decirles nada a nadie. No se lo dije ni a Laura,
mi mejor amiga. Ya se enteraría después, cuando ya tuviera fuerza para que todo
el mundo se enterase. No tenía ganas que todo el mundo me mirara como a la
chica embarazada.
Me encuentro en mi habitación.
Tengo miedo de lo que tenga que pasar al día siguiente, aunque sabía que mis
padres iban a estar a mi lado en todo momento, no podía parar de pensar que
algo iba a salir mal…
Durante toda esa semana, había
estado en tensión. Después de todo iba a abortar y si lo pensaba mejor le iba a
quitar la vida a la personita que estaba creciendo día a día dentro de mí…
nunca conocería a mi bebé y aunque en un futuro tuviera otro bebé, sabría en mi
interior que ese no sería el primero porque al anterior no le había dado la
oportunidad de conocerlo…
¡Oh, Dios mío! ¡Me estoy
volviendo loca! ¡No puedo echarme para atrás! No ahora cuando ya había decidido
mi fututo y dentro de ese futuro no había ningún bebé. Pero y si… niego con la
cabeza y me doy la vuelta en la cama para quedar mirando a la mesilla de noche.
Me acurruco en postura fetal.
Lo escucho. Sí parece que
alguien me habla, me canta y cuando escucho lo que me está diciendo una lágrima
baja por mi mejilla.
All I
need is you
Come please I'm callin'
And oh I scream for you
Hurry I'm fallin', I'm fallin'
Come please I'm callin'
And oh I scream for you
Hurry I'm fallin', I'm fallin'
Show me
what it's like
To be the last one standing
And teach me wrong from right
And I'll show you what I can be
Say it for me
Say it to me
And I'll leave this life behind me
Say it if it's worth saving me
To be the last one standing
And teach me wrong from right
And I'll show you what I can be
Say it for me
Say it to me
And I'll leave this life behind me
Say it if it's worth saving me
Es una canción. Una canción que
ha empezado a sonar al lado de mi habitación. Es Guille quien la está cantando.
Conozco a la perfección su voz y su toque de guitarra. Él siempre ha querido
ser una estrella del rock y ahora está cantando una canción de uno de sus
grupos favoritos del rock canadiense.
Esa canción en concreto me
llega al alma cuando la escucho. Nunca antes la había escuchado, por lo tanto
Guille acababa de descubrirla y canta con los cascos en sus orejas. Aquella
canción parece que viene de dentro de mí, que es mi bebé el que me la canta al final de la primera estrofa y el
estribillo. Mi cabeza empieza a traducir la canción.
Todo lo que necesito eres tú.
Ven por favor, estoy llamando.
Y yo grito por ti.
Date prisa, estoy cayendo, estoy cayendo.
Muéstrame cómo es
ser el último de pie.
Y enséñame lo malo de lo bueno,
y te mostraré lo que puedo ser.
Y dilo para mí,
dímelo a mí,
y dejaré esta vida detrás de mí.
Di si vale la pena salvarme.
Parece que Guille sabe de mi
situación y canta esa canción para torturarme más de lo que estaba. Las
lágrimas caen por mi cara en silencio, pero a pesar de todo, no voy a su
habitación, sino que me quedo allí encogiéndome, abrazándome y abrazando a lo
que está empezando a crecer dentro de mí, pero que mañana ya no crecería más.
La decisión está tomada. Ya no podía echarme atrás.
Nos llaman y entramos en la
consulta del médico. Raúl me sigue detrás y nos sentamos. Raúl está algo
inquieto e intranquilo, yo en cambio estoy a su lado blanca como la pared, con
unas ojeras que decían que esa noche no había dormido nada.
El médico empieza a hablarnos
de todo en lo que consiste el aborto, pero yo en cambio estoy ausente. La voz
es algo que viene a kilómetros de distancia y no entiendo nada de lo que está
diciendo. En mi cabeza sólo suena la estrofa de la canción de Savin’ me que Guille cantó.
“Di
si vale la pena salvarme”
Esa frase no para de sonar en
mi cabeza y no es la voz de Guille, no es mi voz, es una voz que desconozco,
nunca la he oído antes. No puedo quitármela de la cabeza.
-Carolina- me llama el médico.
Yo lo miro dando un respingo.
-Tienes que firmar estos
papeles- me dice Raúl que está junto a mí.
-Sí- digo yo.
El médico me alcanzó un
bolígrafo de propaganda de medicina y yo lo cojo. No leo lo que dice el papel
que voy a firmar, sólo me fijo en el espacio en blanco donde pone “firma”.
Me quedo allí en blanco, como
aquel espacio que tengo que depositar mi firma. Mi mano está a medio camino del
papel, pero cuando voy a estampar mi firma me quedo a medias. La mano me tiembla
porque en mi cabeza sólo suena más intensamente la estrofa de la maldita
canción.
“Say it if it's worth saving me”
-Caro- me llama Raúl, pero su
voz estaba muy lejos, en china- firma ya. ¿A qué estás esperando?
All I
need is you
Come please I'm callin'
And oh I scream for you
Hurry I'm fallin', I'm fallin'
Come please I'm callin'
And oh I scream for you
Hurry I'm fallin', I'm fallin'
-Carol...- no sé quien me llama.
“Todo
lo que necesito eres tú.
Ven por
favor, estoy llamando.
Y yo
grito por ti.
Date
prisa, estoy cayendo, estoy cayendo”
-I´m
falling… - canto en voz baja mientras que mis lágrimas caen en aquel espacio
medio en blanco- hurry!, I´m falling, I´m falling…
Creación de Sara M. Quintana
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